Enviado por Anónimo (no verificado) el Jue, 18/04/2013 - 8:52am
AUTOR | Daniel de la Sota Ríus. Director del departamento de Innovación y Sociedad de la Información de CEIM Confederación Empresarial de Madrid-CEOE
Al mismo tiempo, la Humanidad ha de resolver los problemas que su existencia diaria le plantea, desde comer, defenderse del clima y de sus predadores, conquistar nuevos territorios, curarse, obtener riquezas o detentar el poder. Todo ello y más, como dar respuesta a la conciencia de uno mismo y de su propia existencia, requiere tecnología.
La ciencia y la tecnología, al satisfacer estas necesidades básicas, transforman la sociedad, de hecho transforma lo esencial de la Humanidad, su cultura. No se puede entender el mundo que vivimos sin las transformaciones generadas por la ciencia y la tecnología tanto sobre sí mismo como sobre su entorno. Cada época ha tenido transformaciones, algunas de ellas radicales: Copérnico transforma la visión que el hombre tiene de sí mismo como centro del universo, Einstein transforma nuestra percepción de la realidad, y tantos otros.
Se ha tratado casi siempre de un conocimiento empírico, sin duda, y no es sino hasta, digamos Galileo, que experimenta para demostrar, cuando la ciencia da respuestas, permite predecir y hace avanzar la tecnología y con ella la economía.
Son los avances del conocimiento científico los que permiten, a mediados del Siglo XVIII, la primera gran revolución industrial que transforma radicalmente la sociedad. El gran proceso de industrialización de Centro Europa y Estados Unidos se basa en la incorporación, en gran medida todavía con base empírica, de las innovaciones técnicas surgidas desde mediados del XVIII.
En gran medida, estas innovaciones estuvieron ligadas inicialmente a la investigación científica realizada en la academia, desbancando de esta forma el empirismo que había gobernado las etapas técnicas y tecnológicas anteriores. Es a partir de ese momento en que el desarrollo industrial va ligado al conocimiento científico, y ello tiene dos importantes repercusiones.
En primer lugar, los grandes centros de investigación "aplicada" (como los Institutos Káiser Guillermo en Alemania, y financiados tanto con fondos públicos como privados), se centran en encontrar aplicaciones industriales al conocimiento científico que se desarrolla en los mismos. Ello implica que la ciencia precisa formar a nuevos científicos, esenciales para crear nuevo conocimiento y por lo tanto transforma radicalmente la educación y la formación.
En segundo lugar, se fundan empresas para aplicar este conocimiento, muchas de ellas creadas por los propios científicos que trabajaban en los centros académicos: Siemens, Bell, Edison... son algunos ejemplos que perduran con el nombre del fundador. En su entorno, además, y como consecuencia de la posibilidad de aplicar este conocimiento en otras áreas, se crean nuevas industrias: las grandes siderurgias, la industria del automóvil y la industria química en sus muy diversas aplicaciones, como los tintes, los abonos o los medicamentos.
Las siguientes revoluciones industriales que hasta ahora han sido, han seguido los mismos patrones: la ciencia ha propiciado la creación de empresas que han cambiado el mundo que conocemos. Y en sentido contrario, la industria ha demandado a la ciencia nuevo conocimiento para ampliar mercados, para crear nuevos productos y ofrecer nuevos servicios.
Se trata, por tanto, de una relación que difícilmente puede romperse tras la transformación surgida de la primera revolución industrial. Son las empresas las que actualmente financian en gran medida las actividades de I+D, y muy especialmente en los países líderes en esta actividad, al mismo tiempo que son actores fundamentales en las actividades de investigación.
El valor añadido de las industrias basadas en el conocimiento e intensivas en tecnología se ha estimado en 14 billones de Euros, lo que representa el 30% del PIB mundial en 2010, mientras que en 1995 este porcentaje era del 27%. Estados Unidos tiene la mayor concentración de empresas de alta tecnología y basadas en el conocimiento, que representan el 40% de su PIB, frente al 32% en la Unión Europea y el 30% en Japón.
En China, estas industrias crearon en 2010 el 20% de su PIB, mientras que en 1995 representaban el 17%, similar a otras economías emergentes, como India, Brasil y Rusia (datos de Science and Engineering Indicators 2012, National Science Foundation)
Globalmente, en 2009 la inversión en I+D se concentró en tres grandes áreas geográficas: América del Norte, Asia y Europa. Norte América (Estados Unidos, Canadá y México) representando el 34% del total (en torno a 332.7 mM de euros); el área asiática, con China, Taiwan, Japón, India, Corea del Sur representaban el 32% (308.9 mM de euros), mientras que Europa representaba el 25% (en torno a 245 mM de euros). En este contexto, España presentaba una inversión en torno a los 15.8 mM de euros, con un gasto sobre el PIB del 1,38%.
Tres países acumulan más de la mitad de la inversión total en I+D, con estados Unidos a la cabeza y muy destacado (en torno a los 300 mM de euros en 2009), es decir algo más de un tercio de la inversión total. Atrás quedan China, con 118 mM de euros, que representa el 12% del total, siendo el tercero Japón, con 106 mM de euros y el 11% de la inversión total mundial en I+D.
En el entorno europeo, es Alemania quien destaca, con 63 mM de euros y representando el 6% del total mundial, seguido de Francia (37 mM de euros, el 4% del total) y el Reino Unido (30,7 mM de euros, el 3% del total mundial).
Si consideramos la financiación de la investigación, el sector privado destaca como máximo financiador en los 7 grandes países líderes en I+D. En 2009, el sector privado en Japón financió el 75% del total nacional de la inversión en I+D, mientras que en Corea del Sur, China y Alemania sus sectores privados financiaron entre el 67% y el 73%. Al contrario que en el esfuerzo en I+D, en Estados Unidos el sector privado tiene un papel menos relevante en cuanto a financiación de la I+D, con un 60%, mientras que Francia y Alemania alcanzaron el 51% y el 45% respectivamente, cifra esta última similar a la que se daba en España en 2009 (Science and Engineering Indicators 2012, NSF).
Un aspecto relevante es la inversión exterior en I+D en cada uno de los países por lo que tiene de catalizador de la actividad de I+D en el país receptor y la internacionalización de la ciencia. Este indicador incluye los fondos procedentes tanto del sector privado como de universidades, gobiernos y otras organizaciones. Mientras que en Estados Unidos, la inversión exterior en I+D alcanzaba un 59%, en China representaba el 71,7% y en Japón el 75,3%. Alemania, Francia, Corea del Sur y Reino Unido se situaban entre el 67% y el 44,5%, mientras que en España alcanzaba este mismo porcentaje.
Estas cifras indican el papel esencial del sector privado en la financiación de la investigación y el desarrollo tecnológico. En los países donde la industria está altamente desarrollada se conoce bien la importancia de la investigación científica para el mantenimiento de la eficiencia industrial: un sector industrial no puede competir con éxito si no pone en el mercado nuevos productos y servicios de forma competitiva: menores y mejores costes de producción, mejor calidad de sus productos y creación de mercados antes inexistentes. Durante las últimas décadas Europa ha sufrido fuertes cambios en su capacidad industrial, especialmente en el peso de la industria en el PIB europeo y la deslocalización de las actividades industriales hacia las economías emergentes, cambios que se han notado con más intensidad en algunos países.
La caída de la producción industrial en Europa representa un problema de máxima importancia. La industria representa en torno al 16% del PIB europeo y el 80% de sus exportaciones. El 80% de la inversión privada en I+D se hace en la industria manufacturera y el 45% del empleo está ligado al sector industrial en la medida que cada empleo industrial está ligado al menos a dos empleos de alta cualificación en el sector servicios, de acuerdo a datos de Business Europe (Manufacturing a Prosperous Europe. A broad and coherent industrial policy strategy. Position paper, February 2013).
Por ello, una industria potente es imprescindible para lograr la recuperación económica y el empleo y reforzar la competitividad europea con nuevos productos, procesos y servicios derivados de la innovación industrial.
De la actual crisis económica y financiera podemos extraer una nueva lección: aquellos países que han sido capaces de retener su industria y sus servicios asociados, y hacerlo de forma competitiva mediante las actividades de investigación y desarrollo tecnológico, se están recuperando más rápidamente y con mayor fortaleza.
Asimismo, un tema clave es que hoy el conocimiento científico es disperso: está en todos aquellos lugares donde se hace ciencia, lo que hace que los aspectos internacionales de la ciencia y su desarrollo adquieran una relevancia cada día mayor. Se hará ciencia allá donde las condiciones de entorno sean más favorables en todos los aspectos que facilitan su desarrollo.
Competitividad empresarial, capacidad de innovar y presencia internacional son tres factores de una misma ecuación, que en España cobra especial relevancia dada la pérdida más que importante de tejido industrial y la caída de las inversiones en I+D+i. Se trata, por ello, de una cuestión de Estado el retomar con firmeza estas acciones y apoyar proyectos innovadores pero, sobre todo, apoyar a los que ya están en marcha.
El intercambio de conocimiento, la disponibilidad de personas formadas, la transferencia de tecnología entre el mundo académico y el empresarial, la protección de la propiedad del conocimiento, la financiación en todas sus variedades y la asunción del riesgo que entraña la investigación, las infraestructuras, el reconocimiento de la labor del científico y del tecnólogo, la confianza en la estabilidad a largo plazo (el plazo que precisa la ciencia), todos ellos son factores que influyen en la producción competitiva de ciencia y tecnología.
Este conjunto factores, entre otros, definen la capacidad para competir de un país o de una región para hacer ciencia, que permitirá generar riqueza y bienestar a la sociedad, generar empleo, dar satisfacción a las personas en su realización personal y una sociedad equilibrada, justa, sostenible y respetuosa con el medio ambiente.
Para hacer Ciencia es imprescindible, invertir en Ciencia. Cuando hablo de inversión hablo de rentabilidad, que podremos medir de muchas formas: desde la rentabilidad por la satisfacción de la curiosidad humana, hasta la rentabilidad en bolsa porque la empresa o la universidad han solicitado una patente con la que abordar el mercado.
Las empresas, siendo las que invierten en mayor medida en investigación y desarrollo tecnológico, se encargarán de que sea rentable por la competitividad que les otorga: su cuenta de resultados, sus accionistas así se lo van a exigir.
Daniel de la Sota participará el 25 de abril en UNI-CIENCIA 2013, un foro de encuentro entre académicos, expertos y sociedad. Bajo el lema "Ciencia, ¿Para qué?: La Universidad responde", cuatro mesas redondas tituladas "Para avanzar mejor", "Para competir mejor", "Para pensar mejor" y "Para vivir mejor", analizarán temas como: política científica, empleo cualificado, I+D, inversión, modelo productivo, cultura científica, calidad de vida, salud o nuevas tecnologías, entre otros.